La sociología del Día Nacional de la Salsa trasciende la escena del cocolo que exhibe una camiseta de Ismael Rivera mientras toca el cencerro con un cigarrillo en la boca y el acto de la mulata que en pantalones cortos y con la cintura al descubierto, con o sin masas de grasa, se mueve sensualmente con una lata de cerveza en la mano en una danza reverente a la clave y los tambores.
El Día Nacional de la Salsa, cuya vigésimoquinta edición fue dedicada al amigo Rafael Viera, fue una oportuna excusa para olvidar durante casi once horas el desgobierno y el caos social de nuestro bendito País. Fue el pretexto para soltar el moho y tirar unos pasitos al irresistible ritmo del guaguancó y sobre todo, el paréntesis tan ansiado en nuestra cotidiniadad para saludar a nuestros amigos y orar por nuestros enemigos en un ritual donde la cadencia afrocaribeña hermana a más de 25 mil almas que, si se lo proponen, mañana podrían paralizar el sistema.
El domingo estuve libre, pero como salsero nato, respondí a la convocatoria de la historia. Y relajado, sin las presiones de adelantos, dictados y horas de cierre, llegué sin prisa al Bithorn justo cuando El Gran Combo iniciaba su jornada, tras las presentaciones de la orquesta juvenil Siglo XXI y la Sonora Ponceña.
Supe que la Orquesta Siglo XXI sacó la cara con honores por la nueva generación de exponentes salseros y que la Sonora, con Papo Lucca al timón y acudiendo a la reguetonera Ivy Queen cuando Yolandita Rivera andaba por allí, tocó con caché su repertorio de siempre. Y fui testigo del sabor de El Gran Combo de Puerto Rico, que musicalmente hablando ya opera por igual con o sin Rafael Ithier, en números harto conocidos como "Brujería" y en éxitos de su reciente cosecha como el rico son montuno "Arroz con habichuela".
Esto no es balada
Esto es no rock…
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