El Son: Padre de la Salsa

El son ha sido declarado Patrimonio Nacional Inmaterial de la Cultura Cubana, el máximo galardón que se le puede otorgar a una música nacional. El ritmo sonero nacido en la zona del Oriente de Cuba, en todos estos años de vida, ha llegado a las alturas, recorriendo el mundo entero.

“A mi me gusta mucho Carola,
El son de altura,
Con sabrosura
Bailarlo sola.
“Suavecito”

(Ignacio Piñeiro)

Pero, el son no nació como una música de caballeros, se desarrolló entre las capas más humildes, en las montañas, en arrabales, cuarterías, entre la gente de “mala vida” (siempre relacionado con la vida).
Fue tomando poco a poco carta de naturaleza, su música resultaba insólita, la consideraban en ciertos medios como un “desorden salvajemente musical, como una maraña musical, algo así como una herejía sonora” (Rodolfo Arango/Revista Bohemia 1927).

Pero el son no estuvo solo en todos estos años, recibió el apoyo de otras zonas del país; en La Habana nunca ha dejado de enriquecerse, de fecundarse, de modificar su instrumentación y su armonía, con procedimientos técnicos útiles, al decir del musicólogo Alejo Carpentier.

Carlos Borbolla Téllez (Manzanillo 1902), compositor, pianista y constructor de órganos, escribió en 1974: “La Habana, con más nivel escolar, académico traslada el son al papel pautado, al piquete, el sexteto, septeto (con trompeta) y a la orquesta de salón. Con el contrabajo, el son recibe las notas graves, un relieve importante a la anticipación”.

En la capital el son hizo sus primeras grabaciones acústicas de vibraciones directas en discos planos de cartón. Las primeras de estas grabaciones fueron hechas por trovadores, a inicios del siglo XX .
El primer Boom popular y masivo de la música cubana es el son en La Habana, en los inicios de la década de 1920 con los sextetos como “El Habanero”. Más adelante, aparece el primer Boom de la Música Latina con la grabación, en mayo de 1930 de, El Manisero (son-pregón) de Moisés Simons, grabado por Rita Montaner y por Antonio Machín con la orquesta de Azpiazu.

De América, el son viajó a Europa con Antonio Machín, Justo don Azpiazu, Moisés Simons, Rita Montaner, Sindo Garay, Fernando Collazo, y la ayuda de los hermanos Grenet, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén.
Por esos mismos años, el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro se presenta triunfalmente en la Exposición de Sevilla de 1929. Le siguieron, en 1932, los Lecuona Cuban Boys con Ernesto Lecuona y Armando Oréfiche. Todo esto es lo que Alejo Carpentier llamó “La consagración de nuestros ritmos”.

A partir de entonces el son penetró en los más resonantes teatros y centros nocturnos de América, Europa y más allá. Poco a poco el son se fue “maridando” con ritmos cubanos (la conga, la rumba, el danzón, la habanera, el pregón, la criolla, el bolero) y se fueron creando nuevas variantes como el mambo y el cha cha chá y, en los tiempos modernos, el sabroso ritmo estuvo presente dentro de la salsa y la timba. Se trata de una música rica y viva, evolucionada y ecuménica,

Que aporta el Son?
Además de fundirse con las músicas cubanas, las células del son las vemos en el llamado “Latin Jazz” de Machito y sus Afrocubanos (jazz cubano hecho en Nueva York). El pop de Los Beatles, el rock, el jazz. Las células del son están en las músicas más refinadas del planeta.

Alejo Carpentier hablaba de la carrera ascendente del son que se impone en todas partes y se utiliza de mil maravillas; “del mismo modo que los instrumentos de la percusión afrocubana sonera se incorporaron todos a las orquestas sinfónicas del mundo”.

Tanto la música del son como sus formatos instrumentales influyeron en toda América y hasta en los mariachis mexicanos. El investigador venezolano César Miguel Rondón en su libro de la salsa latina escribe “No es cuestión de afirmar que solo Cuba poseía ritmos de valía o de interés entre los diversos países de la región, se trata simplemente de entender que Cuba logró reunir todas las condiciones necesarias para convertirse con el son y demás ritmos nacionales, en el centro musical del Caribe. Seria muy difícil desarrollar e imponer internacionalmente ritmos que no tuvieran la marca del son”.

Estas palabras no son dichas por un cubano, sino por un venezolano. Ahora leamos lo dicho por un especialista puertorriqueño, Elmer González, catedrático y periodista de la Latin Beat Magazine: “La espina dorsal de la salsa es el son, la mejor prueba, es la evidencia discográfica y eso no se puede borrar. No hay dudas de que la mata, la raíz, es de Cuba”.

El son se caracteriza por la sabrosura de los tumbaos y montunos. El tumbao es una línea melódica, al unísono o a dos voces, con una secuencia armónica dada, que generalmente surge en forma espontánea y directa de oído, auxiliándose de la experiencia y la práctica del oficio. Se construye sobre el patrón de la clave.

Estos tumbaos y montunos dan vida a la música sonera, ayudan a la música de éxtasis y frenesí, al ambiente y atmósfera de la alegría de los ritmos de casi todo el Caribe.

Nadie puede quedar indiferente cuando suena el cornetín del son, con su batería de percusión, su magia y su leyenda aguda.

El son, parafraseando a Billy Bergman, recuerda las ramas del mangle, árbol que crece en la franja costera de las regiones tropicales del Caribe. Todas las ramas brotan de una raíz y un tronco común, pero cada una de las ramas desarrolla otras propias y crece en forma independiente, aunque permanecen unidas al tronco de donde toman la savia nutricia, fertilizada por nuevas aportaciones.




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